En mi vida cercana tengo dos personas poco comunicativas, cada una de ellas por sus propias circunstancias.
La primera de ellas mi padre, una persona mayor, seria, a la que una enfermedad hace que haya dejado de oír casi completamente y por lo tanto prácticamente encerrado en sí mismo en una cárcel de silencio.
La segunda persona, Víctor, mi hijo pequeño, tan cerrado como yo. Ese que mientras esperamos a la salida a su hermano mayor, intenta torpementente relacionarse con sus propios compañeros de clase, consiguiendo casi un día tras otro la misma respuesta, " tú no juegas", que hace que automáticamente levante la vista con el gesto torcido buscando una mirada mía mientras los dos intentamos aparentar que no nos ha dolido ese rechazo.
Yo me preocupaba por él, porque a diferencia de su hermano, la gente pudiera considerarlo una piedra como alguna gente me considera a mí, ya que Ariel es directamente un corazón envolviendo a una persona, sentimientos con piernas.
Pero esta vez me equivoqué , porque hay diálogos más fuertes que las palabras. Sólo con un gesto es capaz de rescatar a su abuelo de su prisión cuando, por fin puede verlo cada 15 días. Simplemente salta encima de él, le aprieta el cuello todo lo que puede con sus pequeños brazos, echa la cabeza en su hombro y cierra los ojos todo lo que puede, olvidándose del tiempo mientras mi padre levanta la cabeza poco a poco sin poder evitar una sonrisa que los ilumina poco a poco a los dos. No se pueden declarar más cosas el uno al otro con menos palabras.
Este es el regalo para hoy para mi padre, porque por las circunstancias del estado de alarma hoy no podré verlos, ni a él ni a ellos, ese día volverá a llegar a final de mes.
Y en cuanto a Víctor, aunque sé que no lo tendrá fácil por su forma de ser, sé que le irá bien, y no puedo estar más orgulloso de él.