Llegó a nosotros por un fallo, por una simple mancha en la frente que la hacía no ser apta para la cría de su raza, pero que terminó determinando su vida. Leela se llamó por ese gran punto blanco redondo en su frente, al igual que la cíclope de Futurama.
Cordobesa, y como alguien me dijo una vez "de los pies a la cabeza, con mucha gracia y poca vergüenza" ( todo esto con acento cordobés).
Un animal que me enseñó que se puede ser lo más "mala sombra" del mundo siendo a la vez el ser más cálido y entrañable que haya tenido la suerte de conocer. De esencia sencilla, que no simple, quizás por eso la he admirado desde que llegó. El encanto de la sencillez, del que tanto me he cuidado siempre en mantener, ella lo desprendía sin proponérselo.
Desde entonces hemos compartido muchas cosas, momentos de complicidad que nadie ha llegado a entender. Mi eterna compañera en en aquellas interminables noches en vela, siempre he podido contar con su presencia, con sus pequeños pasos detrás de mi en la oscuridad de la noche, con la única intención de no estar sola, de que yo tampoco lo estuviera.
Desde hoy la lluvia no será lo mismo sin ella.
Finalmente hemos sabido lo que la ha hecho irse apagando. Un tumor, un maldito tumor, cobarde como alguien que le hace lo más rastrero a quien menos se lo merece, injusto, y que se ha escondido hasta que simplemente no quedaba más que buscar la causa al menos "para saber".
He leído cientos de veces en facebook esa frase recurrente que suelen poner donde dice "hasta que no hayas amado a un animal, una parte de tu alma permanecerá dormida". Lo que no dicen después, es que cuando te falte el resto de tu alma se perderá con ella.
Ella tenía su propia canción que la definía perfectamente. Una canción dulce como ella, que te hace sonreír porque te hace ver lo que se te venía encima, un torbellino de alegría que venía a por tí, y otra vez, y otra vez,There she goes...
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