Personas


Suele ocurrir que por los caprichos del destino o la conjura de los astros se encuentran personas opuestas por completo y que si no fuera por ciertas circunstancias no coincidirían jamás.



En el tiempo que llevo en la Obra Social ha pasado mucha gente por delante de mí ( una media de 20/25 personas cada 3 meses durante 3 años y medio... ) y han pasado todo tipo de personas. Agradables, rancias, amables, estúpidas, cariñosas... Lógicamente a todas hay que tratarlas por igual.

Pero esos astros quisieron que dentro del mismo grupo, uno de los primeros que llevé, se juntaran las dos personas que me han transmitido las sensaciones más radicalmente opuestas.

El primero, un hombre. Uno de esos viejos pequeños, delgados, casi consumido por el tiempo y algo curvado por el peso de sus propias tragedias. Vivía en una residencia porque no tenía a nadie. Apenas hablaba y cuando lo hacía era un fino hilo de voz el que salía de su garganta y que provocaba que yo hiciera callar a todo el mundo para escuchar sus pocas palabras. A pesar de esa imagen de soledad y tristeza cada vez que le ayudaba a subir a la furgoneta se daba la vuelta y, como si le hubiera hecho el favor más grande de su vida, alargaba todo lo que podía su mano para regalarme un caramelo y una sonrisa tan forzada de oreja a oreja para demostrar que era real que casi resultaba grotesca.



La segunda, una mujer. Una señora algo oronda, que vivía en una de las mejores zonas de la ciudad acompañada de su hija, y que se le llenaba la boca relatando sus virtudes y los favores que hacía el todo el mundo y cuyo mayor logro fue haber estado a punto de ser monja en su juventud.

En una de las pocas ocasiones que habló este hombre nos contó que él estuvo en un campo de concentración y, como siempre, lo dijo casi susurrando, con la tristeza con la que empaña el tiempo pasado que no se puede olvidar, pero con la dulzura de quien se dedica solamente a vivir, sin ningún rencor que le consuma por dentro.

La respuesta fue la peor respuesta que podría haber recibido ese hombre, machacado por la vida, inmerecida, y de quién, por sus propias circunstancias, más callado deberia haber permanecido. Tras esa contestación, todos los demás nos mantuvimos callados todo el trayecto, incluso él, que bajó la cabeza añadiendo otra pena sobre sus hombros. Nadie volvió a hablar de ese tema y, por supuesto, tuve claro qué lugar merecía cada una de esas personas.

Esa respuesta, a cargo de esa mujer, fue: Algo habrás hecho para merecerterlo

Para el que no conozca la continuación de la frase, dice así:

Si no puedes deslumbrar con brillanteces al menos desconcierta con gilipolleces

Puede que este blog no te deslumbre, pero... al menos habrás pasado un rato pensando hasta darte cuenta de lo que realmente soy